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viernes, 18 de diciembre de 2009
No estábamos enamorados, hacíamos el amor con un virtuosismo desapegado y crítico, pero después caíamos en silencios terribles y la espuma de los vasos de cerveza se iba poniendo como estopa, se entibiaba y contraía mientras nos mirábamos y sentíamos que eso era el tiempo. La Maga acababa por levantarse y daba inútiles vueltas por la pieza. Más de una vez la ví admirar su cuerpo en el espejo, tomarse sus senos con las manos como las estatuillas sirias y pasarse los ojos por la piel en una lenta caricia. Nunca pude resistir al deseo de llamarla a mi lado, sentirla caer poro a poco sobre mí, desdoblarse otra vez después de haber estado por un momento tan sola y tan enamroada frente a la eternidad de su cuerpo.
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